Vicente Rojo se describía a sí mismo como un niño con colores. Nació dos veces, la primera en 1932 en Barcelona y la segunda a su llegada a México en 1949, luego de un viaje de 36 horas, por avión, con muchas escalas, y cuando tenía 17 años. Así que murió, en la Ciudad de México a los 72 años de ser mexicano y a los 89 de haber sido español.
Su nacionalidad ibérica la mencionaba en pasado “yo alguna vez fui español y ahora soy mexicano”. Aunque nunca perdió su acento, es posible que pocos como Rojo hayan conocido y amado más que él, al país que lo adoptó. México fue su hogar y lo honró a través de su trabajo visual con series como México Bajo la Lluvia y Volcanes Construidos e Inventados.
Cuando llegó a México, aseguraba, descubrió una luz peculiar. Se reencontró con su padre, de nombre Francisco, a quien tenía 10 años de no ver y quien llegó a México como otros miembros del Partido Socialista, en un barco de 994 tripulantes todos ellos refugiados españoles. Su padre le puso Vicente, como el nombre de su tío, que fue el último jefe del Estado Mayor del Ejército Republicano y quien pasó a la historia por defender Madrid frente a las tropas franquistas. Así Vicente traía en su nombre su propia historia y un color con carga simbólica: El Rojo. Excelente forma de llamarse para un pintor.
Rojo conoció a su padre aquí, los recuerdos previos a ese encuentro, habían sido una narrativa de su madre que se encargó de hacerlo presente hasta su nuevo encuentro. México se mostró, ante sus inteligentes ojos, como el lugar que le permitiría realizarse y ser él mismo.