Hasta cuatro horas de pie, en una fila bajo el sol, la lluvia y el frío, era el tiempo de espera para poder entrar a alguno de los museos más famosos del mundo. Comprar entradas on line con meses de anticipación y grupos menores –casi al amanecer y en precios estratosféricos–, era una solución a tener que esperar por horas y entrar a “codazos”, como en hora pico del metro de la Ciudad de México, al Louvre o a los Museos del Vaticano. De grupos organizados que pasan a prisa entre la multitud y de la reventa, casi ninguno se salvó, especialmente en verano.