El pasado 5 de septiembre la noticia del fallecimiento de Francisco Toledo conmocionó a la sociedad mexicana. Terminaba la vida de uno de uno de los últimos iconos tanto del arme nacional como de la lucha social, dos facetas indisolubles, complementarias, que confluían en la figura de Toledo de una manera única.  Poseedor de una voz estridente, y  a la vez sensible,  el ganador del Premio Nacional de Ciencias Artes de 1998 siempre supo hacer de su obra un espacio de identificación entre el ser humano, la naturaleza y la imaginación.

No es casual, por ejemplo, que Toledo el fuera el artista idóneo para ilustrar ediciones de los bestiarios de Borges y José Emilio Pacheco o los exvotos literarios de Carlos Monsiváis. Igualmente  importante, es la incondicionalidad con que el juchiteco siempre resguardó la memoria de su comunidad lo mismo en aras de proteger el patrimonio cultural, que de reivindicar las más profundas causas sociales.

El vacío que deja Toledo con su partida es inmenso, pero más grande es el legado que ha regalado a los mexicanos y al mundo. Construyendo una entrañable evocación del maestro oaxaqueño, Kristina Velfu, consultora de arte y periodista, compartió con Siempre! su apreciación de Toledo, quién, subrayó era catalogado por  el INBA como como el artista vivo más importante de México, siendo el heredero de baluartes muy importantes de artistas oaxaqueños, especialmente de Rufino Tamayo.

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